domingo, 24 de octubre de 2010

ADOLESCENCIA Y COMUNICACIÓN


María del Carmen Maqueo Garza
Pediatra. Piedras Negras.

Una preocupación recurrente durante la crianza de nuestros hijos es que no exista una escuela que nos enseñe a ser los mejores padres.
En este mundo las personas que más amamos son sin lugar a dudas nuestros hijos, pero así como es de intenso este amor, llega a ratos una sensación de incompetencia frente a los desafíos que su desarrollo va representando. Ello es particularmente cierto cuando los hijos se aproximan a esa etapa crítica llamada “adolescencia”.


Con relación al término “adolescencia” existe confusión semántica; hay quienes suponen que la palabra deriva del verbo “adolecer”, y que indica algún tipo de carencia con relación al individuo adulto. Pero no, la palabra proviene del latín adolescentĭa, que representa la edad que sucede a la niñez y que transcurre desde la pubertad hasta el completo desarrollo del organismo. En tanto el verbo adolecer proviene del antiguo dolecer entre cuyos significados el más comúnmente utilizado es causar dolencia o enfermedad. (RAE)

Como padres de familia iniciamos nuestra labor de comunicación con el hijo desde antes de que nazca; la madre de alguna manera alcanza a interpretar ciertos signos del niño dentro de su vientre, como horarios de sueño o actividad; sensaciones de placidez o disgusto. De este modo se establece un vínculo que vendrá a reforzarse mucho más a partir del nacimiento. Técnicas de apoyo en las primeras horas de nacido el bebé como el arrastre; el apego inmediato; la lactancia materna exclusiva, y el alojamiento conjunto son fundamentales para reforzar ese vínculo madre-hijo, al cual idealmente se incorporará de manera temprana la figura del padre.

Desde la etapa pre-verbal y a lo largo de toda la infancia, hasta que el chico entra en la pubertad, los padres son capaces de identificar en el hijo distintos estados de ánimo, y en ocasiones conocen la causa de su malestar, aún cuando el hijo no lo haya dicho abiertamente. Pero conforme entra en la pubertad la comunicación comienza a sufrir interferencia; habitualmente de manera moderada y transitoria, aunque en casos extremos puede generarse una ruptura entre padres e hijos.

Desde el punto de vista conductual en torno a la adolescencia ocurren cambios significativos: Aparecen los caracteres sexuales secundarios, su cuerpo crece, sufre cambios importantes que lo acercan a la madurez orgánica. Ello se acompaña de un importante proceso interno que los especialistas en conducta llaman “identidad secundaria”. Hay tres momentos en el desarrollo de la identidad del ser humano; el primero corresponde al sexo biológico, habitualmente desde las imágenes ecográficas del segundo trimestre del embarazo los padres ya saben si se trata de un niño o de una niña. El segundo momento de la identidad viene al nacimiento, cuando la sociedad misma reconoce el sexo del niño, imponiendo lo que se llama “sexo de asignación”. De este modo el chico comienza a reconocerse a sí mismo como niño o niña, y va definiendo su perfil en la vida.
Al alcanzar el desarrollo de caracteres sexuales secundarios, inicia el momento final de identidad, el de la autodefinición. El joven entra en un proceso de introspección, esto es, ahora él o ella son los que van a establecer de manera más o menos definitiva quiénes son y hacia dónde van. Es la etapa de los grandes ideales; comienza a elegirse una profesión u oficio, y en cierto modo se va anticipando el tipo de pareja que le gustaría para compartir su vida futura.
Este proceso provoca un desajuste en los padres, quienes tienden a seguir viendo al hijo como un niño. La búsqueda de identidad del chico lleva a una crisis a cada uno de los padres, máxime a la madre cuando la primera menstruación de la hija coincide con la etapa pre-menopáusica en ella.

Ahora bien, con relación al adolescente: Es normal que prefiera pasar el tiempo con sus amigos de la edad, más que con los padres; que sea a ellos a quienes confíe sus cosas, y que el consejo de su grupo parezca tener más peso que el de los mayores. Cuando no estamos preparados para vivir esta etapa, no son pocos los conflictos que tal lucha de poder llega a generar.

En ocasiones pensamos que estamos perdiendo al hijo, y contra toda prudencia comenzamos a restringirle el contacto con sus amigos, o pretendemos que a la fuerza nos confiese punto por punto qué hizo y a dónde fue. Necesitamos entender que él está iniciando un proceso que en pocos años lo llevará a ser un adulto en plenitud, y que a nosotros nos corresponde a nuestra vez iniciar el progresivo desapego respecto al hijo, de manera que cada vez le reconozcamos más autonomía, pero claro, haciéndolo responsable de sus propios actos.
Se dice muy fácil en el papel, pero ya en la vida diaria es complicado. Para facilitar este proceso habría que revisar algunas cuestiones:
En la adolescencia vienen grandes cambios físicos; el hijo debe reajustar su esquema corporal, con frecuencia el chico parece torpe en sus movimientos, o la chica se pasa las horas frente al espejo. Ello es normal.
En su torrente sanguíneo fluyen enormes cantidades de hormonas sexuales. No nos alarmemos ante su lógica curiosidad; no pongamos el grito en el cielo por sus exploraciones, ni censuremos el deseo de intimidad con sus amigos. Evitemos poblar nuestra mente adulta con fantasmas.


Como padres nos corresponde ir soltando las riendas poco a poco, hasta verlos emprender su propia carrera por la vida. Este es un momento muy afortunado, pues significa que hemos cumplido.

Ciertamente nos necesitan, pero permitamos que la relación respire, y que sean ellos quienes nos digan de qué modo y hasta dónde podemos apoyarlos.


Para conseguir una buena comunicación con el hijo adolescente, hay que crear los canales para la misma desde que es niño. Nadie aprende a navegar en medio de la tormenta.


Nos corresponde ser tolerantes ante sus repentinas explosiones; cuidemos de no reaccionar a ellas con enojo. Él está en un proceso de ajuste emocional, y del mismo modo puede tener períodos de tristeza o de algarabía sin causa aparente.
No nos alarmemos con lo que nos platican; si actuamos horrorizados, o si les dejamos caer encima la ley o la Biblia de entrada, la comunicación va a fracturarse. Es mejor preguntarles: ¿Y tú cómo ves la situación? ¿Qué opinas? Y luego tratar de entender sus puntos de vista.


Un punto clave como padres es darnos el tiempo para realmente convivir con los hijos, al preparar la cena, en el carro; invitándolos a ayudarnos un rato en el jardín, o qué sé yo. Importante conocer a sus amigos, e idealmente también a los padres de sus amigos. Animarlo a que las reuniones sean en casa, lo que representa un excelente modo de ver cómo se desenvuelve en su propio ambiente, e identificarnos con él y su grupo.
No temamos mostrarnos vulnerables ante los hijos. Querer aparentar que somos los padres perfectos va a generar rechazo; lo mismo sucede cuando no somos congruentes entre lo que hacemos y lo que les exigimos a ellos, ahora que se sienten en cierta forma mayores de edad. Digamos, les exijo que no vean películas para adultos, pero a mí me sorprenden viendo una… Les exijo que no consuman una sola gota de alcohol, pero yo me alcoholizo en cualquier reunión. Les doy una cátedra sobre los riesgos del tabaquismo, pero yo fumo.

Importante demostrarles confianza real. No se vale decir “te creo”, y andar fiscalizándolos a la media noche a ver si andan donde dijeron que andarían. El celular es para emergencias, no para emprender labores de espionaje.
Eso sí, establecer y hacer respetar las reglas de la casa, que incluyen horario de regreso; horarios de televisión; consumo de tabaco o alcohol; cumplimiento de los deberes escolares, y responsabilidad hacia su cuidado personal y de sus pertenencias.


Planteemos esta entrada en la adolescencia como un reto que demanda mucho de nosotros: Inteligencia, grandes dosis de aceptación; apertura emocional, y sentido del humor. Hagamos de la comunicación con los hijos una corriente en dos sentidos, a través de la cual vamos a aprender interesantes cosas. Tengan la certeza de que sin saber ni cómo un día no muy lejano se sorprenderán a ustedes mismos frente a los hijos en una sabrosa plática de cualquier tema, como si platicaran con el mejor de sus amigos. Ese momento les va a proporcionar un enorme deleite, pero sobre todo la mayor de las satisfacciones. Pueden creerlo.




Lecturas recomendadas:
Julia de la Borbolla de Niño de Rivera: “Profesión: Mamá de un(a) adolescente, la maestría.” Ed. Diana, México, 2004

Debra Hapenny Ciavola: “50 Consejos para convivir mejor con tus hijos adolescentes” Ed. Oniro España, 2007
Penny Palmano: “Cómo mejorar la relación con tu hijo adolescente.”
Ed. Oniro, España, 1998.
Kieran Sawyer: ¿Debo iniciarme ya en el sexo? Elecciones y decisiones en la adolescencia. Panorama Edit, México, 2007






















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